
Habíamos llegado al campo al atardecer. Hacía rato que no íbamos. Las inundaciones nos habían alejado y debíamos ir a recomponer la casa, el galpón y los animales. Nunca no imaginamos que todo terminaría de esa manera.
La chata patinaba en el barro que había dejado la intensa lluvia de mayo. Cerramos la segunda tranquera y ya enfilábamos para la casa por el camino de doble senda cuando vimos lo peor. Fierro, el mestizo del cuidador del campo, comiéndose los restos de una vaca.
Los perros no matan para comer, sino nunca vivirían en el campo ni serían la compañía de los gauchos. Además comida es lo que les sobra a los perros del campo. Todos son alimentados con lo que se siembra o faena, por lo que la escena nos estremeció. Descargamos los bolsos y nos encontramos con Indalecio que nos esperaba en la galería listo para darnos todas las noticias del lugar, especialmente de nuestra casa con sus animales.
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