Me anoté en una cadena de mails que publicó Aniko Villalba para recibir una vez al mes una carta por correo electrónico y volver a la lentitud.
Una forma de reeditar la recepción de cartas por correo. Escritas a mano, de puño y letra del remitente.
Esa modalidad, como todo, tenía su encanto. Uno preparaba el momento como una ceremonia. La lapicera de tinta favorita, con el cartucho lleno; o la birome de trazo grueso que se deslizaba sobre el papel como una bailarina.
Acomodada en el escritorio, o la mesa de la cocina, el almohadón en el asiento; que nada nos interrumpa.
Escribir una carta requería toda nuestra atención. Había que recordar todos los acontecimientos que queríamos contar, las noticias que hacía falta comunicar, los deseos que queríamos transmitir, porque no había forma de intercalar palabras después de era escritas, como hoy puede hacerse en un correo electrónico o en un whatsapp.
La carta tenía un orden cronológico. Se comenzaba por contar los momentos que seguían a los que nos había relatado nuestro destinatario en su última carta; así podíamos continuar una línea del tiempo. Luego se contaban los eventos del presente, se detallaban algunas anécdotas, se contaban los amores y los desamores. Por último se le deseaba al destinatario que tuviera buenas vacaciones, buen viaje o buena vida.
Para terminar se doblaba la carta cuidadosamente, se la metía en un sobre que hacía juego con el papel en los colores o el material; se mojaba con la lengua el pegote de la estampilla y llevábamos el trofeo al correo para despacharlo. Dejarlo en su lugar listo para el envío, nos dejaba la doble sensación de la misión cumplida y un vacío que nos envolvería hasta recibir la respuesta del destinatario.
Esa ceremonia se podía repetir, digamos, una vez por mes. Y nos permitía imaginar el paso del tiempo de acuerdo a las distintas etapas que la carta pasaría hasta llegar a su destino final. La imaginábamos en una pila de cartas recibidas por el empleado del correo; luego metida en estantes pequeños junto a las compañeras de ruta. De allí pasaría a alguna saca para ser transportada al aeropuerto y luego subida a un avión, ya sea al interior o al exterior del país. Trasladada en la bodega del avión, para después hacer la ruta inversa en el correo del lugar de destino: corte del precinto de la saca; ingreso al casillero de las cartas del barrio del destinatario; baile dentro de la saca del cartero junto a las cartas que compartían el recorrido hasta ser tomada por él para ser deslizadas por la boca del buzón, adonde en la penumbra, esperaba que el destinatario la abriera y le obsequiara la magia de la ceremonia de abrir una carta.
BICHA de CLAUDELINA