Categoría: Lo que me pasa

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Un día sonó el teléfono y llegó la noticia. Teníamos que dejar nuestro refugio de Tigre.

Habíamos alquilado el departamento gracias a una amiga que tenía una inmobiliaria y nos buscó uno de dos ambientes, para dos personas ya adultas, con hijos independizados. Yo quería que Alfredo tuviera una parrilla para hacer sus asados, y un metro cuadrado de jardín para sentarse al sol.

Vivíamos en la ciudad de Buenos Aires en un departamento cómodo, sin balcones, en un barrio precioso. El fin de semana el cuerpo ya nos estaba pidiendo un poco aire libre, caminos para bicicletas, recibir amigos, plantar algo de verde y meter las manos en la tierra, regar, cocinar pan y sentir el aroma de la masa que se va cocinando lentamente.

Yo había vivido siempre en departamento, no era amiga de las casas ni las necesitaba.

Alfredo no había vivido nunca en departamento hasta que se casó conmigo y le tocó hacerlo durante treinta años. Era hora de un cambio. Primero se mostró algo reticente, pero buscó opciones hasta que encontramos este lugar. Soñado.

Un departamento cómodo, con un jardín de buen tamaño con un cerco bajo de flores blancas que estaban frescas todo el año, y lo mejor estaba más allá de las flores blancas, era el lago.

No fui de esas personas fanáticas del agua, de esas que esperan el fin de semana para salir a navegar, a remar, o a saltar olas. Hasta los días en que llegué a vivir a Tigre el agua era para las vacaciones. Playa y mar era la combinación de los descansos de verano; podía fascinarme con los lagos de la Patagonia, pero seguían siendo paisajes enmarcados en vacaciones.

El lago mas allá de las flores tenía carácter. Armaba olas cuando había sudestada, dejaba que los peces vayan de acá para allá cuando todo se movía abajo de la superficie, se transformaba en espejo los días de calma y les dejaba reflejarse a las luces de las casas, a las sombras de los patos en la noche, y recibía a las familias de cisnes que pasaban a la mañana para el oeste y a la tarde para el este.

Los ruidos eran incesantes. Los teros coreaban con sus graznidos, algunas veces desaforados cuando se acercaba a sus nidos. Sus gritos eran potentes, aunque nunca llegarían a igualar al colectivo 113 que pasaba por la puerta de nuestra casa en Buenos Aires. En Tigre los sonidos eran distintos. El ruido del agua, las lechuzas que sobrevolaban el jardín buscando roedores, todo tenía un encanto nuevo para mis oídos, me maravillaba y me daba paz. Habíamos encontrado el mejor lugar sin darnos cuenta con todo lo que nos traería de nuevo.

En el verano los días se hacían eternos. Noches cálidas invitaban a disfrutar de la galería, de pisar el pasto descalzos. Durante el día, la pileta juntaba a los vecinos en el parque común, y Alfredo armaba para todos el coctel de las siete de la tarde. Los atardeceres eran los mejores momentos. Silencio, luces tenues que se iban apagando, los patos que enfilaban para el este, el calor que aflojaba y el aire que se iba enfriando. Era una hora de puro disfrute. Mucha luz, muchos colores, imposibles de reproducir en una sola pintura.

Pero llegó el día que tuvimos que despedirnos de ese lugar, levantar la casa, vender los muebles, embalar el resto, y llamara a la obra social para conseguir una entrevista con un piscólogo que me ayude a superar esa despedida.

BICHA DE CLAUDELINA

Escribir en las redes

28 agosto, 2023 | Apuntes, Libros, Lo que me pasa, Sin categoría, Vivencias | No hay comentarios

Reflexionemos sobre la forma de escribir en Instagram, o en el blog de Espacio Claudelina, en el que comparto patrones de tejido y notas de arte textil.

Entiendo que es necesario en contra un rumbo para que cada foto publicada vaya acompañada más poesía y no de un vocabulario tan duro. No me olvido que soy abogada y escribo mucho desde allí, con un vocabulario duro, formal, estricto, y que no se condice con el mundo textil o los comentarios de libros en Instagram de este blog de escritura.

¿Será por eso que hay menos «me gusta»? O será necesario espaciar un poco las publicaciones? ¿Cómo saberlo?

A lo mejor es necesario seguir un plan trazado como sugieren algunos que se dicen especialistas, y armar un calendario en el que se pauten ordenadamente las publicaciones, se las haga intercaladas por temas, y quedan pautadas para todo el mes. El tema es cumplirlas después.

Hay varios cursos de «storytelling» que enseñan las formas en hacer fluido el mensaje, encontrar el texto correcto para una foto e particular, y así cada post tenga un valor por si mismo y rinda sus frutos. No pierdo de vista que hay que hablarle al nicho, y si ese texto es un poco poético y fluye su lectura, lo van a agradecer.

A lo mejor es que puede suceder que las redes sociales cansan; que cada tanto hay que dar un vuelco o avanzar, y así con compré un curso en Domestika para diseñar los fondos de los bordados de los trabajos textiles que hago, a partir de dibujos sobre papel que finalmente me inspiró la terminar cuatro trabajos.

¡Qué dilema! Mientras tanto les comparto lo que fui encontrando luego de bucear las redes para ayudarme a avanzar en la escritura en redes sociales.

Domestika:

Compré los cursos de Polina Oshu sobre ilustración y otro de bordado

Libros:

Me compré el libro de Storytelling en formato ebook de Carlos Salas que se llama «Storytelling, la escritura mágica. Técnicas para ordenar las ideas, escribir con facilidad y lograr que te lean.»

Otros datos organizativos:

Les comparto también la página de Gloria Cervelló y también las ideas (en inglés) de Designer Blogs con muchas ideas para redes sociales blogs y la vida misma del internauta. Pueden buscar ahí ideas, protectores de pantalla, y tips.

BICHA DE CLAUDELINA

Hace varios años que uso el Bullet Journal, o BuJo como se lo conoce también.

Para quienes no lo conocen, el BuJo es una agenda que no tiene días y horarios predeterminados, sino que primero se elige un cuaderno y luego le vamos colocando el día a día en sus páginas de acuerdo al uso que la damos.

O sea que si por ejemplo, el lunes y el martes no tenemos nada que anotar en la agenda, en el BuJo no figurarán ya que nada había para recordar. Si había tareas para cumplir, se coloca el día, mes y año, luego las tareas a las que se les agregan distintas tildes o símbolos que identificar si las labores se hicieron (V), las trasladamos al día siguiente o ya no importan (X). El Bullet Journal, entre otros fines, tiende a evitar la procastinación, esa necesidad de posponer nuestros asuntos hasta mañana o un mejor momento.

Anotar las tareas, verlas escritas sobre el papel y advertir que no ha sido tildada como cumplida, nos empuja a cumplirla y dejar de procastinar.

Tengo estantes completos con BuJos, pero siempre me debato entre la agenda que tiene enlistado lo que debo hacer, y la agenda que debería también contener algunas ideas que necesito para escribir en mi blog, frases que me interesa recordar de diversos autores, direcciones y nombres de proveedores y futuros proyectos.

Este segundo tipo de agenda, acabo de descubrir gracias a las palabras de Austin Kleon que aproximadamente desde el siglo XVII existen los commonplace books en los cuales se anotaba todo lo que uno quisiera y no necesariamente lo que solemos escribir en nuestras agendas.

A partir de ese disparador, encontré el e-book de Heather Sage (en inglés) que lo regala en su página web soulfabric.org como una forma de inspirar y enseñar cómo se usa. Allí también explica quienes fueron los primeros en usar los commonplace books que se hicieron, todos hechos por hombres, y hasta uno hecho por una mujer.

Así que, siguiendo los consejos de quienes me inspiraron y ayudaron a descubrir los commonbook place, también llamados en italiano Zibaldone, cambié de práctica e hice un commonbook place de mi Bullet Journal. Allí quedará registrada mi agenda, mis pasos diarios, mis pensamientos y mis proyectos.

BICHA de CLAUDELINA

Tengo algunos temas sobre los que necesito expresarme. El problema es que no sé si son correctos para pedir la opinión del público. Vamos con el primero.

Estuve en estos días haciendo gestiones para presentar una exposición textil de Feminismo.

Son varias obras textiles de un grupo de diez artistas -9 mujeres y 1 varón-.

Una amiga me acompañó a la entrevista en la cual firmaría el Acta Compromiso par presentar le muestra y demás trámites del evento. Para ilustrar las obras realizadas a la responsable del espacio de exhibición, llevé mi tableta electrónica con fotos que fui mostrando sin que mi interlocutora prestara mucha atención. Más bien quería hablar ella sobre feminismo, su gestión, sus ideales y demás pareceres.

El feminismo militante, los aspectos del feminismo tratados en la muestra que se estaba montando ese mismo día y que se inauguraba al día siguiente. La impecable investigación realizada sobre los prostíbulos del interior del país, instalados en pueblos que ocupaban con mujeres que venían de Europa en el siglo veinte.

Expliqué que la muestra que se proponía estaba inspirada en las políticas públicas vinculadas con las mujeres, con el lugar que ocupaban en la zona sur del planeta, y que cada artista había encontrado su camino luego de investigar el tema de la mano de la curadora.

La conversación siguió hacia los artistas participantes. Frente a las opiniones de la mujer, y su firme postura feminista, recalcada en una de cada diez frases, detallé que éramos un grupo de nueve mujeres y un varón. Y ahí fue cuando me dijo:

-Yo obra trans no cuelgo!

En un principio no entendí, por lo que ella amablemente me aclaró que no la colgaba si el autor de la obra era transgénero. Ante ello le pregunté porqué?, y me contestó:

-Porque yo soy feminista.

Pidiendo disculpas y enfatizando que me interesaba mucho aprender los alcances de esa afirmación, me dijo:

-Las feministas luchamos por los derechos de las mujeres, y sus conquistas.

No quise preguntar porque me di cuenta que es un tema que no manejo fluidamente.

¿Alguien me lo quiere explicar?

BICHA de CLAUDELINA

La conferencia

14 octubre, 2022 | Anécdotas, Libros, Lo que me pasa, Vivencias | No hay comentarios

      

                 Porfiria tiene 84 años, es una ávida lectora, ágil viajera, de una personalidad vivaracha. Siempre actualizada, lee el diario todos los días, e incluso cuando no le llega el ejemplar de papel a su casa, lo reclama para no quedarse sin información.

                       El canillita que lleva el diario a su casa, hace unos años tenía la llave del edificio para poder entrar a dejar los diarios a los usuarios, pero con el transcurso del tiempo, el cambio al diario en formato virtual, los grados de inseguridad que asustaron a todos de abrirle la puerta a extraños, hizo que el canillita tuviera que devolver la llave del edificio, o capaz cambiaron la combinación de la cerradura y ya no pudo entrar a edifico. Dos veces habrá probado si la llave funcionaba en la cerradura y a la tercera seguro que ni la llevó en el bolsillo.

                       Ante ese cambio de hábitos, Porfiria se levanta todos los días de la semana a las 6 sólo para abrirle la puerta al canillita que le lleva el diario hasta el piso 15 y se lo entrega en mano. En pleno invierno, optó por prepararle un café cortado, que el canillita se tomaba después de hacerle la entrega. Ni un gracias se le caía de la boca.  Al invierno siguiente Porfiria compró vasitos de plástico descartables para el canillita y le agregó una medialuna diaria. Ahí recién apareció el “gracias”.

                       Tanta lectura en tiempos de pandemia; tanto curso virtual; tanta radio y programa de actualidad, hicieron que leyera de todo, hasta llegar a los libros de Leonardo Padura, el escritor cubano. Empezó con la saga de unos libros, para luego continuar con otros y terminar leyendo el último que publicó, “Personas decentes”. Padura llegó a la Argentina desde su tierra natal, Cuba, con permiso para permanecer tres días y anunció que daba una conferencia en la Biblioteca Nacional.

                       Porfiria averiguó la línea de colectivo que la dejaba cerca de la Biblioteca, se vistió temprano, y pensó que si a la hora de salir no hacía frío, iría a escuchar a Padura. A las seis de la tarde agarró la cartera, dudó en llevar el libro para que se lo firme, pero prefirió no llevar peso, y caminó hasta la parada del 59 que la dejó a una cuadra de la Biblioteca Nacional.

                       Pensaba que solamente habría unas 10 personas para la conferencia; que estaba bueno que haya ido para sumarse a ese pequeño grupo de personas y que Padura sintiera que valió la pena haber venido hasta el fin del mundo para conferenciar. A medida que se acercaba a la puerta vio una fila importante de personas, unas doscientas calculó. Parecía que la conferencia no sería como lo esperaba.

                       Ingresó al auditorio, y se sentó al lado de una pareja de cubanos, simpáticos y habladores, que le dijeron que esperaban que Padura contara todo lo sabía, que no se callara nada. Que ojalá no hubiera interferencias ni momentos raros, a lo cual Porfiria les prestó atención sin entender mucho porqué lo decían.

                       Comenzó la conferencia, y el protagonista contó que se encontraba con su esposa, quien lo había acompañado los tres días a Buenos Aires. Relató anécdotas del libro hasta el momento en que incursionó en el argumento de “Personas decentes”. Los cubanos de la fila de Porfiria, se acomodaron en sus asientos y pusieron toda su atención auditiva en lo que decía, y cada tanto miraban para los costados como buscando algo o a alguien.

                       Padura contó que uno de los personajes de su libro era el mayor proxeneta de Cuba, que era alguien muy conocido; fundador de universidades y unas cuantas cosas más. Los cubanos casi saltaban de la alegría en sus butacas; Porfiria les preguntó porqué, y le dijeron que festejaban que no se había callado la boca, que era un hombre que siempre actuaba como pensaba que no le temía al régimen político de su país natal, y varias ideas más que rondaban la historia política de Cuba.

                       Siguió contando que para poder publicar sus primeros libros tuvo que hacerlo en Mexico, donde las ediciones eran bastante malas; Muy malas!, dijo una mujer del público, tanto que el libro que yo tengo no tiene incluido el final. -Exacto, dijo Padura. Esas son las malas ediciones.  

                     Terminó la conferencia y Porfiria salió fascinada de la tarde que se había animado a vivir, se fue caminando hasta la avenida para tomarse el colectivo de vuelta o, mejor todavía, un taxi hasta su casa. En el camino se unió a unos cubanos que salían de la conferencia y que caminaban para el mismo lado. Se terminó subiendo al colectivo 59 con una mujer que, apenas se sentaron, le empezó a preguntar porqué había ido a esa conferencia, si la habían invitado o si la había enviado a escuchar; y qué había pretendido encontrar en el discurso que había escuchado…

BICHA de CLAUDELINA