Pequeñas luces rojas
10 noviembre, 2023 | Vivencias | No hay comentarios

Yo compartía colchón con mi hermano más chico. Nos habíamos acostado temprano porque al día siguiente teníamos que ir a la escuela. En la primera hora tenía gimnasia, me encantaba cuando jugábamos tan temprano a la pelota. El profesor nos dejaba patear un rato hasta que llegaban todos los chicos al campito. Mamá me había comprado zapatillas nuevas, porque parece que había como una pandemia y ella había tenido que trabajar más horas que las normales y le habían dado más plata.
También es cierto que llegaba tardísimo a casa. Hacía ya varios meses que trabajaba mucho, entonces con Kevin nos quedábamos solos unas horas, porque papá no estaba nunca. Salía de noche y volvía a cualquier hora, no era ordenado. Mamá sí era ordenada, y lo retaba todo el tiempo, más que a nosotros. Le pedía que saliera cuando ella llegaba a casa, pero no había caso, él andaba por la calle cuando quería. Siempre por el barrio, con gente de la mala, nunca con los buenos.
Es que en el barrio la gente se dividía así, como los equipos de fútbol, o sos de Boca o sos de River.
Estaban los que trabajaban y tenían plata para comprarles útiles y juguetes a los hijos y no tenían que andar pidiendo en la escuela que le dieran los donados que se guardaban en la dirección. Yo tenía esa suerte, como Kevin, porque nuestra mamá trabajaba en el hospital. También teníamos remedios para cuando teníamos fiebre o nos dolían los dientes.
El resto de los vecinos eran bravos, fumaban marihuana y paco, andaban armados, los más chicos dejaban la escuela y nos bardeaban porque nosotros andábamos limpitos y prolijos. Los otros, desde chicos se metían en la droga y el choreo. Para mí era porque no tenían una mamá que los cuidara como teníamos nosotros.
Esa tarde mamá llamó para decirnos que llegaría más tarde, y como papá no estaba, como siempre, nos dijo que pasaría mi madrina para ayudarnos a Kevin y a mi a bañarnos, comer algo y acostarnos. Vino Samantha, nos preparó milanesas con puré, y mientras ella cocinaba con Kevin nos fuimos a bañar y nos pusimos el pijama. Cenamos y nos fuimos a dormir. Samantha se despidió y cerró la puerta con llave. Nos dijo que mamá llegaría en un rato, que no la esperemos despiertos.
Al rato, escuchamos ruido. Voces en la venta, hablaban bajito. Ruido de pisadas. Muchas. Se sentía cómo alguien se movía porque se escuchaba el ruido de la ropa al rozar con la pared o algo.
Me levanté sin salir del colchón, lo tapé a Kevin para que no se enfríe. Vi pequeñas luces rojas que entraban por la ventana, como esas que tienen las armas de los tiradores que siempre te apuntan en la frente. Silencio. Nada se movía.
Listo, me acosté de nuevo. Seguro que eran los vecinos que habían llegado y estaban acomodando cosas en la puerta de la casa.
Me dormí, pero un ruido ensordecedor me despertó. Cuando abrí los ojos no pude ver nada, había como una nube de polvo que me dejaba ciego. Lo agarré a Kevin, que estaba muy dormido y lo abracé mientras le tapaba los ojos con la frazada para que no le picaran. Gritos, golpes, ruido de cosas rotas, más polvo, la puerta de casa estaba abierta, más bien parecía rota o eso era lo que veía. No podía controlar mi cuerpo que temblaba, me miraba las manos y me asusté de cómo se movían. En el pecho sentía que tenía un bombo, como el que se usaba en la escuela cuando había actos. Kevin empezó a gritar. Los pies se me pusieron quietos y no podía moverme, hasta que traté de hacer que Kevin se callara. Shhh, shhhh, Kevin.
-Son niños, el padre no está aquí.
-Ok, guarden la orden de allanamiento y llamen al juzgado para informar las novedades.
BICHA de CLAUDELINA
Obras textiles by Violeta Parra.