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Fabio había nacido en una familia disfuncional, pero logró recibirse de neurólogo y obtuvo su matrícula de radioaficionado que lo llevaría a formar parte del grupo elegido durante la guerra de Las Malvinas en 1982.

Un padre violento, semianalfabeto que renegaba de la educación que él mismo no había tenido. Que creía que ser macho y tener pene era todo lo que necesitaba en este mundo para ser poderoso.

Su violencia hizo que su esposa, la madre de Fabio, abandonara la casa de un día para el otro, cansada de vivir encerrada para que no se le vean los moretones. De buenas a primeras, sin dar explicaciones, aprovechando la oscuridad de una noche de julio, se fue de la casa y nunca volvió.

Fabio creció bajo el ala oscura de un padre que madrugaba de mala gana para ir a trabajar a la imprenta del Diario La Unión. Era operario del taller y se ocupaba de limpiar diariamente las máquinas que se usaban para imprimir.

-Un trabajo indigno, decía.

Comía cualquier cosa al mediodía y a las 7 de la tarde volvía a su casa, donde se sumergía en un whisky frente al televisor.

Fabio se levantaba a las 7 de la mañana y a las 8 entraba a la escuela. Caminaba solo las diez cuadras hasta el colegio y también comía lo que podía. En quinto grado, cuando tenía 10 años, ya hacía un año que su mamá se había ido de la casa, y María Martha era su maestra. Ella se dio cuenta que Fabio comía de las viandas de sus compañeros, así que todos los días empezó a llevar dos viandas, una para ella y otra para Fabio.

Y así fue pasando el año y creciendo Fabio. Por suerte tenía el club en su barrio adonde se había anotado para jugar al fútbol o para patear la pelota si no era elegido para el equipo. Todos los días de la semana iba al club, aunque no tuviera clase de futbol. Jugaba a la paleta en el frontón, se sentaba con los jugadores más grandes o solo y hacía los deberes en una mesa del bar. 

Fabricio el hijo del dueño del bar, Eulogio, tenía su misma edad y también se la pasaba en el club. Pero por razones distintas. Fabricio lo hacía porque sus padres trabajan allí y después de clase, cuando su mamá lo buscaba en el colegio se iban para el club hasta las ocho cuando cerraban el bar, y junto con su papá se iban a casa.

Fabio iba al club porque no tenía adonde ir para no estar tan solo.

Y así fue creciendo Fabio, bajo el cuidado de María Martha, Eulogio y su familia y los padres de Pablo, un compañero de fútbol que siempre lo llevaban a su casa después de entrenar y de los partidos del fin de semana. Su padre cada vez más lejos afectivamente, hasta que una día no volvió a dormir.

Fabio se levantó a las siete; a las ocho ya estaba en la escuela. María Martha le llevó la vianda y comió todo despacio y no dijo nada. A la salida del colegio, se fue al club a jugar al fútbol. Se comió dos empanadas que anotó en la libreta de fiado del bar, y que su papá pasaba a pagar a principio de mes. El papá de Pablo lo llevó hasta su casa, se bañó y se acostó. Su papá tampoco llegó esa noche.

A la mañana siguiente sonó el timbre a las 7. Era la policía para avisarle que su papá estaba en el hospital. Borracho había tenido una pelea con un compañero de trabajo, y lo habían trasladado allí para curarlo.

Fabio no sabía que decir, tenía la boca abierta y no podía cerrarla.

La policía se fue, y Fabio decidió ir a la escuela y hablar con María Martha. No quería ir solo al hospital.

-Tranquilo, le dijo María Martha, todo va a estar bien. Después de clase nos vamos los dos derechito al hospital a visitar a tu papá.

María Martha no quería asustar a Fabio y tampoco sabía qué hacer. A las 5 de la tarde se sacó el guardapolvo; dobló y guardó en la mochila el guardapolvo de Fabio y se tomaron el colectivo hasta el Hospital Cayetano.

Preguntaron a la entrada adónde estaba el enfermo, y María Martha notó que al decir su nombre la secretaria levantó las cejas, y después dijo “habitación 603”.

Se tomaron el ascensor y en la puerta de la habitación María Martha dijo:

-Entrá Fabio, yo te espero acá afuera sentada ahí. No te apures, quédate todo el tiempo que quieras, yo me traje unos exámenes para corregir.

Fabio abrió la puerta, el papá estaba solo; tenía moretones y un par de cortes en la cara. Se acercó. El papá tenía los ojos cerrados. Se acercó más y cuando estaba por tocarle la mano para avisarle que estaba allí, vio que estaba esposado a la cama.

Otra vez la boca abierta si poder cerrarla.

Mientras trataba de parar los latidos del corazón respirando profundo como les había enseñado el profesor de fútbol, escuchó ruidos en el baño. Dio unos pasos para atrás, y vio salir un policía.

-Hola, soy el oficial Ortiz, estoy a cargo del señor. ¿Vos sos el hijo?

Fabio movió la cabeza diciendo que “si”, y despacio caminó hasta la puerta y salió sin cerrarla. Le hizo señas al policía para que saliera y le señaló a María Martha. El oficial se quedó en el marco de la puerta de la habitación, y le explicó cortito el asunto a María Martha.

Fabio aprovechó para espiar al padre mientras escuchaba el diálogo:

-Lo mató…golpes…borracho…preso…homicidio simple.

No escuchó el resto o no lo entendió.

A partir de ese día se fue a vivir con María Martha y sus padres. Vivían los tres cerca de la escuela.

Nadie lo buscó. Tampoco su mamá.

El papá terminó en el Complejo Penitenciario de Villa Devoto. María Martha lo llevaba una vez por mes a verlo y así creció solito. A los 18 años pudo acomodarse en un departamento chiquito, se buscó un trabajo y empezó a estudiar medicina. Con el alquiler de la casa en la que había vivido con su papá más su trabajo de camarero en el Hotel Houston en Puerto Madero terminó su carrera y residencia de neurólogo.

En el último año vio un cartel en el hospital que llamaba a concurso para ocupar una vacante de neurólogo, se anotó y la ganó. Lejos sería todo mejor. No escucharía más pedidos de libertad de su padre; ni pedidos de dinero para pagar abogados inútiles. Lejos sería mejor.

Cerró el departamentito, pasó por la casa de María Martha, se despidió de ella y de sus padres, y se fue a Neuquén.

BICHA DE CLAUDELINA

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Osobicha

Hola soy Bicha, de Espacio Claudelina, el blog de tejido, crochet y patchwork; y de Reflexiones de Claudelina y Pitoco, un blog de escritura para divertirte y reflexionar. Pasá, disfrutá de la lectura, paseá conmigo a través de la escritura, observá las imágenes que se describen, comentá las emociones que te despierta ese panorama, compartilo.

2 Comments
  1. Marins

    Me encanta!
    Quiero saber como sigue😉

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