El canasto de lanas
5 enero, 2021 | Anécdotas, Apuntes, Ejercicio creativo, Reflexiones, Vivencias | No hay comentarios

Me senté en el escritorio y prendí la computadora para escuchar la clase de filosofía. Acomodé la silla y pateé algo por debajo de la mesa. Era el canasto de lanas.
Lo arrastré hacia mi para ver qué había adentro, y para mi sorpresa no encontré lanas y agujas, sino mi propia historia.
Mi abuela se llamaba Claudelina, tejía todo tipo de elementos. Bolsos gigantes para ir a trabajar y llevar todo adentro; carteras mínimas con hilos de brillos para lucir en las fiestas; cartucheras para lápices de colores. Tenía buen público: cuatro hijas mujeres.
Mi tía Lidia tenía un Citroen al que es le quitaba el techo que era de lona, era anaranjado con el techo gris, y Claudelina le había tejido un bolso a rayas con mil colores, y la manija anaranjada. Lidia lo apoyaba en el asiento de cuero negro y los colores se encendían como luces de una calesita en la noche. De adentro del bolso sacaba una cartuchera modelo arco iris, tejida con cien colores en donde llevaba todos los útiles que necesita para sus alumnos del colegio en el que era maestra. Alumnos adolescentes que habían estado presos o detenidos en instituciones, y que con suerte y mucha garra se reinsertaban en la escolaridad.
Lidia llevaba lápices de colores, marcadores, crayones, biromes, gomas de borrar y sacapuntas para ellos. La cartuchera arco iris era el contenedor de afecto de una maestra que pisaba el barro para ir a enseñar a quienes vivían en el barro.
A mi tía Mary, Claudelina le tejía ropa. Bikinis hechas a crochet; tapaditos ultracalados haciendo juego; pulóveres, vestidos y camperas. Todo preciosamente confeccionado con agujas de número mínimo, con hilos tan delgados como un cabello que le llevaba meses hacer.
Seguí revolviendo el canasto de lanas, y encontré más ovillos. Ya había acomodado los que tenía brillo, algunos de los cuales habían sido de la ropa de Mary que yo misma había estado reciclando.
A la hija mayor Corina, Claudelina le había tejido medias con cinco agujas. El talón tenía la forma perfecta de las grandes tejedoras.
Porfiria, la hermana de Claudelina, era experta en cinco agujas y era la encargada de tejer los guantes con los cinco dedos, nada de mitones, no señor! Lástima que yo era muy chica para que me enseñaran a tejer con cinco agujas y nunca lo aprendí.
Claudelina tejía al crochet y con dos agujas. Nunca me enseñaron a tejer crochet, y con el paso de los años esa técnica se transformó en una tentación. Delfa, mi madre y cuarta hija de Claudelina, también era maestra pero en un momento de su vida puso una casa de lanas y se dedicó de lleno a ella. Yo estudiaba en la facultad y atendía el negocio dos veces por semana. Allí llegaban revistas de tejido todo los meses, y si no llegaban las buscábamos. Un día apareció una con lecciones de crochet para principiantes, y fue el gran descubrimiento de la meditación. Tejer al crochet es una tarea evasiva, todo el tiempo se cuenta y uno deja de pensar en los agobios del día para mantener el orden en los puntos y las vueltas.
Dentro del canasto de lanas no sólo estaba mi origen, mi sangre, mi historia, mi familia, las herramientas que le dieron abrigos a mis hijos, sino que también había una tijera y agujas de tejer.
BICHA de CLAUDELINA
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