La casa de lanas

1 julio, 2019 | Anécdotas, Apuntes, Vivencias | No hay comentarios

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La primaria la cursamos en el turno mañana, y mamá es maestra suplente en el mismo colegio. Como su trabajo no es anual, y papá tiene un amigo que lo acaban de nombrar interventor en una fábrica de lana, deciden probar y alquilar un local para instalar una lanería en el barrio. El lugar ya tenía estanterías, antes había sido un negocio de empanadas, y con ingenio mamá colocó unos estantes de vidrio donde acomodó las lanas.

La vidriera prolijita llena de lanas de color celeste y blanco. Es 25 de mayo y hay que poner elementos alusivos a la Revolución de Mayo de 1810. Mamá pasó el plumero por los recovecos de la  vidriera para sacar las telarañas y los bichos de la luz que se instalan entre las madejas y ovillos de lana colgados de perchitas e hilos de tanza.

Nos estamos mudando de barrio, y como mis hermanos siguen yendo a la primaria y mamá decidió dedicarse completamente al negocio, ahora vuelven en la camioneta de Menchaca. Al mediodía cierra el negocio para acompañarnos durante el almuerzo, aunque en realidad lo prepara Lorena, quien vive con nosotros desde hace unos pocos años.

Mi colegio secundario es público, igual que el primario; queda en el nuevo barrio y ahora voy caminando. El local de las lanas abre a la mañana hasta la una y de cuatro a ocho, en el verano se venden hilos de algodón y la puerta está siempre abierta como invitando a los clientes a entrar. En invierno, además de lana, se venden gorros y bufandas que mamá compra en Mar del Plata a los mayoristas. En semana santa salimos todos en el Peugeot  504 de papá rumbo al departamento helado que compraron allá y nos pasamos horas en el auto en la avenida Luro esperando que mamá compre los accesorios. Bufandas, guantes, gorros y polainas.

Siempre, verano e invierno, en el local se vende ropa de bebé tejida a mano, pero solamente para talles de cero a tres meses. Los teje mamá o una señora que vive en La Plata. Eso sí, la señora solamente teje los colores tradicionales blanco, celeste, rosa y amarillo. Se vende bien la ropita porque en el barrio hay muchas familias extranjeras, particularmente inglesas, que viajan a Europa a visitar a sus nietos y sobrinos y les llevan la ropa tejida a mano. Son fanáticas de las prendas hechas a mano.

Algunas tardes, acompaño a mamá en el negocio y durante el invierno tejemos en el negocio para que cuando pasa por el local la gente se entusiasme y compre la lana. Entre las dos les damos las indicaciones para hacer los pulloveres para el colegio de los hijos. Azul, verde o bordó son los colores reglamentarios de las escuelas privadas del barrio. El escote en “v” el modelo más requerido. No faltan los saquitos de las monjas de Shoenstadt en color azul y las monjas croatas del colegio Anunciación en color marrón. Lana finita con aguja pequeña, tardes enteras tejiendo deben estar las monjas.

Es navidad, se impone arreglar la vidriera con el arbolito e hilos de algodón de color verde y rojo. Mucho brillo para tapar los arreglos de un local algo descuidado. El calor no frena la venta de hilos. A la gente le encanta entrar al local para contar como va su vida. Si nacieron los nietos, si el saquito que tejieron le gustó a la nuera, si los hijos se mudaron o si se casaron. Cada dos viernes pasa Adolfo, el vendedor de agujas. Ahora nos está ofreciendo las importadas de Inglaterra, porque se abrió la importación.

La cuadra del local se modernizó y casi llegando a la esquina, donde había una obra en construcción, vi que en el frente tenía un local con un gran ventanal de blindex que daba de costado con la entrada principal del nuevo edificio; una gran puerta de vidrio, y sobre la calle una vidriera que de la mitad para abajo era una mesada de mármol gris. Una paquetería. Muy distinta a la casa de empanadas que había sido acondicionada para la venta de lanas. Este nuevo lugar le dará un giro moderno al negocio de lanas, y además será propiedad de mamá. Ya no tendrá que alquilar más. Se vendió el departamento de Mar del Plata y compró el local.

Ahora mamá cambió las estanterías por unas más modernas, todas de vidrio del piso al techo que permiten ver hasta los colores de las lanas que se encuentran en los casilleros superiores con sólo mirar hacia arriba. Una mesa con varias sillas invita a anotarse en el taller, o sentarse a tejer.

Entré a la facultad, curso de mañana, al alba, y mamá me ofreció atender el negocio por la tarde mientras ella algunos días se encuentra con amigas; los sábados atendemos las dos. Yo me encargo de hacer la vidriera; busco adornos para entrelazarle las lanas de colores y la preparo todos los sábados. En el centro de la vidriera, pongo una canasta que comprado en el Tigre y de acuerdo a la fecha la lleno de lana celeste y blanca si cae en fecha patria; hilos verdes y rojos si es navidad; mantitas de bebé si es el día del niño; o madejas de colores variados cuando es época de ofertas.

Montones de anécdotas se cuentan y viven también en este local. A veces parece más un consultorio sentimental que un taller de tejido. En la mesa del taller la gente se sienta a confesarse. Hijos con problemas; maridos ausentes; padres complicados; maestras gritonas, distintos temas nos ocupan diariamente. Y eso sin contar los personajes que tiene todo barrio. Mario, el limpiador de los vidrios del local que resultó tener una colección de trenes ingleses de juguetes que vale una fortuna; Haydee la ex vedette setentona que entra con sus tacos agujas, maquillada como para salir a escena y su perrito Ernesto, un chihuahua negro diminuto, al que le habla y le explica la composición de las lanas de las estantería.

Y también están los hombres tejedores: Néstor que quedó viudo con cuatro chicos y necesita ahorrar, por lo que le teje a sus hijos los pulóveres para el colegio; Alfonso que se lleva la lana merino para hacer tapices que luego enmarca, afición a la que llegó luego de jubilarse y disponer de demasiado tiempo libre y Alberto que es mi alumno y que aprendió a tejer cuando estuvo un año internado en el hospital por no sé qué enfermedad, y sus tías más una enfermera le enseñaron lo que sabían: a tejer con aguja redonda.

Para mi casamiento no puedo invitar a todos los clientes, pero para el civil invité al cafetero Ronaldo que todas las tardes me hacía compañía cuando yo estudiaba en el local tanto como podía. Cuando me recibí de abogada él fue mi primer cliente, había comprado una casa y lo agarró la ley 1050 que lo fundió.

Nació Camila. Pesó 3320 gramos. Como tantos clientes voy al local a distraerme un rato y hablar con adultos. Camila se quedó dormida, el sol se posa en la vidriera sobre el canasto que tiene una mantita rosa prolijamente desplegada. Acomodo a Camila para que duerma otro ratito tranquila. Pasa una clienta y mira la ropa de bebé en exhibición, y justo en ese momento Camila se mueve, abre los ojos y la mira. La mujer entra deprisa a preguntar si la beba es de verdad. Claro que sí, señora, es mi primera hija que duerme la siesta.

BICHA de CLAUDELINA

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Osobicha

Hola soy Bicha, de Espacio Claudelina, el blog de tejido, crochet y patchwork; y de Reflexiones de Claudelina y Pitoco, un blog de escritura para divertirte y reflexionar. Pasá, disfrutá de la lectura, paseá conmigo a través de la escritura, observá las imágenes que se describen, comentá las emociones que te despierta ese panorama, compartilo.

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