Las claves

13 mayo, 2019 | Apuntes | No hay comentarios

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El hombre se pasea por el garaje de su lujosa casa en un barrio rico. Mira con satisfacción sus automóviles de alta gama, un Bentley, un Mercedes Benz, un Alfa Romeo y un BMW. 

Apaga las luces e ingresa en su casa mientras dice:

-Los gustos hay que dárselos en vida. Uno trabaja como un loco para disfrutar de la plata. Lo único que hay que tener en cuenta es estar atento a no cometer errores y cuidar a la familia.

En el living de casa una mujer embarazada como de ocho meses juega sobre la alfombra con tres niños muy pequeños que deben tener menos de tres años. Están armando un rompecabezas gigante.

«Heaven», René Rodríguez (2007)


En el escritorio de la casa, sobre la mesa un sobre reza “Atte: Juan Carlos Parapente”. El hombre se prepara para salir, toma su portafolio y el saco, pero de pronto se detiene y mira la pantalla de la computadora que está prendida. Deja el saco y el portafolios, y se prepara un café Nespresso. Camina nervioso con la taza en la mano, va del sillón al escritorio: “…es raro, qué habrá pasado, si yo tenía todo bajo control. Las cuentas del banco no estaban en rojo, los cheques estaban en orden. Yo no le hago mal a nadie. Invierto el dinero de mis clientes. Para eso me pagan. Trabajo y me lo gano honestamente. Si ellos supieran cómo invertirlo lo harían directamente y no necesitarían de mis contactos….”

Deja la taza sobre el escritorio, gira sobre sus pies y camina hacia el sillón de cuero negro, y vuelve al escritorio, toma la taza y vuelve a girar en el centro de su oficina hogareña: 

-Qué habrá pasado, quién me pudo haber hecho esto? ¿Cómo fue que la cuenta del banco Eterre quedó en cero? ¡Había 40 millones de pesos allí! ¿Quién fue? ¿Quien me querría hacer una cosa así? 

-¡Claro! ¡Cómo no lo pensé antes! El contador Suárez Aguirre fue. Siempre me tuvo envidia

Parapente se sentó una vez más en el escritorio, miró la pantalla de la computadora.  Tecleaba, texteaba, miraba los datos que aparecían en las páginas, no pestañeaba, volvía a escribir, tecleaba, texteabaenter, enter, enter

Las páginas que abría se apilaban una detrás de la otra, se aplastaban, todas tenían la misma leyenda “sitio bloqueado”. El ejecutivo, se paró, caminó hasta la máquina de café, tomó una cápsula azul, colocó una pequeña taza plateada en la plataforma adecuada y habilitó a la máquina a servir un café humeante, que parecía denso. Cuando el pocillo se llenó, lo tomó con sus manos impecables, y caminó nuevamente hacia la computadora.

-Es un error, algo anda mal, ya se resolverá.

Se acomodó en el sillón de alto respaldo, se estiró los puños de la camisa con gemelos, y volvió a apoyar las yemas de los dedos sobre el teclado. 

-Un error del sistema, murmuró.

Comenzó a teclear y las páginas volvieron a amontonarse. Cada vez tocaba las teclas más rápido, y las letras rojas de las hojas virtuales le devolvían la misma leyenda “sitio bloqueado”. En el navegador ponía nombres de bancos, Banco Eterre, Banca Suiza, Banco de La Plata, UTS Bank, Cayman Bank, luego tecleaba números combinados con letras, y a continuación un nombre de usuario y contraseña. Siempre el mismo resultado “sitio bloqueado” en letras rojas, que cada vez parecían más grandes.

Las manos le empezaron a transpirar, se paró, caminó hasta la ventana y separó con sus cuidados dedos las franjas de la persiana americana del escritorio. Miró para la calle, estaba vacía pero el ambiente estaba raro. Sin embargo no había nada extraño. Parecía que su inquietud se la había transmitido a todo su cuerpo. Se frotó las manos, se revolvió el cabello y se lo volvió a arreglar.

Por una vez más se sentó en el escritorio, miró la pantalla del teléfono celular y consultó en la aplicación en la que se guardan las claves y usuarios privados, y tecleó en la computadora con lentitud, como tratando de no equivocarse al escribir. Una mayúscula o un número distinto podía impedir el ingreso a las páginas de los bancos que trataba de abrir.

Ningún resultado. 

Las manos le empezaron a temblar, tenía la espalda tensa, todo el cuerpo tenso, las venas del cuello empezaron a engrosarse, la mandíbula se inmovilizó. Estaba sentado con los pies muy juntos, con una tensión inusual. Podía haberle dado un infarto de tanta rigidez que había irradiado a sus músculos.

-¿Suena el timbre? ¿Qué son esos ruidos? ¿Hay sirenas? ¿Qué son esas luces azules?, dijo en voz alta Parapente mientras se aceraba a la ventana del escritorio.

Cuatro patrulleros, diez policías, luces azules encandilantes giraban sobre el techo de los autos.

-Abra la puerta. Policía. Esto es un allanamiento.

BICHA de CLAUDELINA

Foto de portada: Obra de Mark Bradford, Pickett’s Charge

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Osobicha

Hola soy Bicha, de Espacio Claudelina, el blog de tejido, crochet y patchwork; y de Reflexiones de Claudelina y Pitoco, un blog de escritura para divertirte y reflexionar. Pasá, disfrutá de la lectura, paseá conmigo a través de la escritura, observá las imágenes que se describen, comentá las emociones que te despierta ese panorama, compartilo.

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