Tres oportunidades
25 octubre, 2018 | Anécdotas, Reflexiones | 2 comentarios
Una casa en el barrio de Little Haiti en Miami, Estados Unidos, necesitaba reparaciones después que el inquilino dejara la vivienda por vencimiento del contrato.
Un nuevo inquilino estaba ya esperando el comienzo de mes para mudarse, pero antes había que pintar la casa.
Y como en los Estados Unidos hay trabajo para todos los que quieran trabajar, algo que no todos los países pueden ofrecer, la dueña…

de la casita se encaminó al supermercado, de eso que venden comida, madera y motosierras, para contratar a los obreros que se ofrecen para realizar diversos tipos de trabajos en el rubro de las reparaciones y la pintura.
En el lugar, la dueña de la casita en Little Haiti contrató a dos hombres jóvenes para pintar la casa antes de la llegada del nuevo inquilino. Se compraron los materiales necesarios para la tarea, y llegaron a la casa para comenzar inmediatamente.
Rodillo en mano, pintura acorde y mucho trabajo no fueron un escollo para los hombres que en unas horas habían hecho su tarea, por lo que convocaron a la dueña avisando que habían terminado. Ella se hizo presente para abonar el servicio, y les ofreció algo fresco dando así inicio a una conversación en la que los hombres le contaron su historia.
Eran cubanos, tenían cerca de treinta años, y en tres oportunidades, tres! Habían salido de Cuba cruzando la zona marítima que la separa del estado de la Florida en una embarcación precaria que como forma de propulsión sólo contaba con el motor de una heladera. La primera vez los guardacostas de los Estados Unidos ubicaron la embarcación cuando aún no había tocado tierra. Y como hasta hace poco tiempo los inmigrantes cubanos que tocaban tierra sin ser detenidos por los guardacostas eran recibidos y se les daba refugio, al no lograrlo fueron deportados. Ellos no fueron pie seco, o sea, inmigrantes con un pie que había tocado tierra.
El segundo viaje lo iniciaron con un GPS para no perderse en ese mar revuelto por las corrientes y atestado de tiburones. El GPS fue una trampa porque fue detectado por el guardacosta, y los tripulantes fueron encontrados en el agua y nuevamente deportados.
En el tercer viaje, aprendiendo de los anteriores, fueron sin GPS optando por una brújula. El motor de la heladera fue apagado para omitir todo ruido que pudiera descubrirlos. Tenían agua para 10 días, que fue lo que duró el viaje. Una vez apagado el motor, la travesía continuó a remo. Y esta vez si!, llegaron a destino pudiendo pisar la arena de la Florida y ser pie seco.
Si cada vez que nos quejamos de nuestras vidas, imagináramos sólo por un minuto los fantasmas que estos hombres debieron superar para poder llegar sanos y cuerdos a otro país que no tiene su cultura ni su idioma, sabríamos disfrutar de lo que tenemos.
Llegar a otra tierra en la que no se tiene cama, amigos, dinero ni documentos, debe ser tan desolador como pasar la noche en una balsa con un motor de heladera como única propulsión rogando que los tiburones no ataquen, que el sol no achicharre sus cabezas, y que el agua alcance para saciar la sed y evite la alucinaciones de la deshidratación.
Una hazaña.
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B I C H A
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2 Comments
maria amparo hernández arroyo
Muy aleccionador tu relato, un episodio enorme en la vida de seres humanos que como tal deberían ser tratados y no es así, una lección de supervivencia que nosotros que tenemos un hogar y no somos considerados extraños deberíamos de valorar y disfrutar lo que tenemos, poco o mucho responsabilidad de cada de uno de nosostros y elección por nuestra voluntad
Gracias
Osobicha
Así es Amparo, tal cual lo has dicho. Abrazo