Recién llegada a Miami. Voy a la casa de mi hermana. Unos mates acompañaron el reencuentro, nos pusimos al día con los eventos; y salimos a dar una vuelta.
-Encontré unos galpones con productos discontinuos llegados de la China. Tenemos que ir -dijo mi hermana.
-Arranquemos -le dije.
Después de recorrer varias autopistas de manera serpenteante fuimos a parar a unos galpones con techos y paredes de chapa, que más que galpones eran saunas porque no tenían aire acondicionado. Afuera el calor era agobiante, adentro era algo más que intenso. Miami te suele recibir así todo el año, y octubre no iba a ser la excepción, sin que importara que justo estaba empezando el otoño.
El espacio donde estaban ubicados los galpones, era un sitio al estilo americano donde se podía estacionar en la puerta de cada comercio, para luego entrar en estos lugares en que todo se vende por 2 pesos y por docena.
Vestidos de lycra de dudoso gusto; pelucas de rulos en colores negro marrón o amarillo; extensiones para el cabello; hebillas por docena o por gruesa (=12 docenas de cada producto). Todo atendido por sus dueños de nacionalidad china, auxiliados por sus empleados de origen cubano.
Uno de los galpones ofrecía ropa interior de mujer con letras que identificaba a una marca de conocida reputación. Lo mismo tenía la ropa interior de hombre, la que apenas se afinaba el ojo podía leerse en vez de polo, la palabra poldo. Y si mirabas un poco más los calzoncillos te dabas cuenta que en realidad eran de marca Leo Poldo.
Entramos a un galpón, luego a otro, y después a otro. Compramos lápices por docena camisetas 2 × 5 dólares, calzoncillos para los sobrinos, varias docenas de corpiños y bombachas -todos de colores flúo-; una docena de hilos de coser por un dólar; una docena de pilas por un dólar; y así sucesivamente. Cuando llegamos al galpón de la ropa encontré un conjunto de remera y pollera con un cuadro de Picasso. Como los talles de la ropa eran acorde al pueblo chino, al probarme la pollera el cuadro de Picasso se convirtió mágicamente en un cuadro de Botero.
En el galpón de los zapatos, zapatillas y ojotas me hice un festìn. Zapatillas por 12 $, alpargatas por ocho, hasta que encontré unas sandalias para la playa que tenían la palabra LOVE, la sílaba LO en el pie derecho y la sílaba VE en el pie izquierdo.
Como no encontraba mi talle, ya que calzo 38 pero ese talle no me quedaba cómodo, empecé a buscar otros números para probarme. El vendedor traía cajas y me ofrecía el mismo producto en diferentes números. En esa situación le pedí que me diera el pie derecho, ya que había que probarse de parado porque no había ni una sola silla, pero el hombre me ofrecía el pie izquierdo e insistía en entregármelo. Yo a su vez perseveraba en que me entregara el derecho.
Luego de encontrar lo que quería me acerqué a la caja a apagar no sin antes chequear que me hubiese guardado en la caja un calzado de cada pie, porque de lo contrario me habría comprado las ojotas LO LO o las VE VE, pero nunca las LOVE.
Mi hermana se quiso probar un vestido, pero la vendedora le dijo:
– No, ese vestido es espantoso. No ve que es cuadrado? Le va a quedar mal!
Entonces pasamos a la ropa interior, que, vaya sea de paso, no se podía probar. Elegimos los talles de cada, hasta que la vendedora volvió y nos espetó:
-Pero señooooooras, estos corpiños son talles chinos, esos paragolpes que ustedes tienen no entran acá, lleven talle Extra Large.
Yo pensé “estos corpiños son para mi, no para mi marido”, “extra large”? Solo êl usa talle extra large en mi familia.
Finalmente, salimos con la compra hecha; el orgullo chamuscado, que fuimos curando con carcajadas en el viaje de vuelta. Y así fue como conocimos los galpones del Bulling en algún lugar de Miami.
B I C H A
2 Comments
maria amparo hernández arroyo
jaj ja ja no paro de reír jaja una inolvidable experiencia
Osobicha
Jajaja si, la verdad que si