Me voy a Miami. 

Acá estoy en Ezeiza. Lista para viajar otra vez. Valija despachada. Free shop testeado. Allá voy nuevamente a la reunión de familia. 

 

Muchas creen que cuando uno viaja a visitar a su familia, siempre es sinónimo de glamour.

Pura fantasía.

Cierto es que no es lo mismo viajar a a Nueva York o Miami, Que ir a Wisconsin o Wichita que, aunque son lugares preciosos, no tendrían ese no sé qué.

Tener toda la familia lejos no es una decisión propia sino de los que se fueron del país. Visitarlos es acercarse a reconstruír los desgarrados lazos que nos unen, que se van desgastando a medida que pasa el tiempo sin que nos veamos.

Cuando los hijos de mis hermanos crecieron fue potente volver a verlos. Los varones ya tenían barba, y las niñas usaban corpiño. ¿Cuánto tiempo pasó en el medio? ¿Cuántos años? Cuando ellos se casen, ¿podré verlos en el altar?

La distancia realmente nos distancia. Las redes sociales nos acercan. El contacto personal es el gran filtro.

Este fin de semana nos juntamos en Miami, en la casa de mi hermana y sus tres hijos, con nuestro hermano que vive en Neva York y que también va con sus tres hijos. Todos festejaremos los 80 años de mamá, que está allí de visita y que el domingo se festeja el día de la madre.

Allá voy, a unirnos y sacarnos la foto del 2018, aunque falten mis hijos en ella.

Le daremos glamour al evento, para después volver a separarnos por miles de kilómetros.

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