Otra anécdota de nuestro invitado Fabio di Nero y un viaje a Manila, Filipinas.
Fabio di Nero subió las escaleras de su exclusivo club en Nueva York. Traje azul marino, camisa blanca y corbata oscura. Se dirigió a la «segunda cubierta» -como le llamaban al bar del club-.
– James, un martini por favor.
-¿Cómo lo quiere hoy señor di Nero?, ¿alguna preferencia de ginebra?- preguntó el viejo barman.
– Con aceitunas, cualquier ginebra, pero revuelto bien despacio.
Con mucha cara de jet lag se acodó lentamente en la barra y comenzó su trago.
– Estos tipos en las Filipinas están locos, otra que país bananero! Dijo como hablando solo.
di Nero trabaja para una gran multinacional, la Korpo dirían los muchachos K, que se especializa en temas internacionales y esto lo lleva a viajar mucho. Es fácil verlo en Tokyo o Curuzú Cuatiá. Almorzando con un pesuti del Kremlin o de charla amena con algún presidente retirado de país de tercera division en descenso. Como decía él cuando la gente le preguntaba sobre la utilidad en gastar plata entreteniendo presidentes retirados de países de tercera división en descenso.
– Me gusta escuchar la historia contada en primera persona aunque sea una partido de tercera división.
Ante la pregunta de su ocupación siempre contesta -Lo mío es una venta de enciclopedias, un poco más sofisticado nada más y, últimamente, arreglar algunos problemas aquí y allí, después de más de veinte años de trabajo la empresa me tiene confianza.
Esta es la historia que narró aquella tarde en la barra del club, donde de a poco se fueron acercando algunos socios para escucharlo.
Una tarde de mucho frío en febrero uno de los miembros de su equipo asomó la cabeza en su oficina y pidió entrar.
-Jefe tenemos una oportunidad en Manila.¿Me acompaña?- balbuceo el esbirro.
-Manila ahí no tenemos nada y menos aún, no hemos perdido nada que yo sepa cómo para ir a buscarlo, es más lejos que Saturno.
-La oportunidad es muy buena, la reunión es top.
Bueno, pensó di Nero, si habré besado sapos en este negocio. No perdemos nada, junto unas millas de vuelo y aparte acá hace frío y allá calor. Cómodo en los callejones oscuros de Caracas o en el tranvía de Zurich, di Nero no pensó mucho más, hizo el espacio apropiado en el calendario y siguió en lo suyo.
-Fabio, la conexión es vía Ámsterdam, KLM a Schiphol y de ahí a Manila– dijo su bella secretaria. «Estos piratas holandeses no dejan una amarra suelta, siempre armando rosca por cualquier lado,» pensó di Nero.
Pasaporte en mano, único elemento del que nunca se desprende; para todo lo demás hay solución, arrancó en la jornada literalmente alrededor del mundo. Nueva York – Ámsterdam, se estiró en el cómodo asiento de Clase Ejecutiva y se durmió pensando en la Reina de los Países Bajos. Di Nero es conocido por su facilidad de dormir en los aviones. Hay gente que sospecha que ya se duerme cuando hace el control de seguridad. En la segunda pierna del viaje se despertó por un momento, miró por la ventana y vió abajo una enorme colección de edificios tipo monoblocks. «Eso parece Villa Lugano, me habré equivocado de vuelo, no sería la primera vez» pensó. Llamó a la bonita azafata holandesa y le preguntó por donde andaban. –We are flying over Moscow Mr. di Nero- Le contestó ella con una sonrisa de película de James Bond. – Otra que el McDonalds, estos rusos inventaron el concepto de cajita feliz en su época comunista- volvió a pensar. Se dio media vuelta y siguió durmiendo. Siete horitas y luego otras once o doce sobrevolando Rusia, India o algo parecido y finalmente Manila. Al bajarse del avión la azafata le regaló uña botellita de Ginebra Bols hecha de porcelana de Delf. Simpáticos los piratas.
Manila fue una sorpresa, mezcla de algo de eficiencia japonesa con desorden latino; lujo asiático con miseria africana, más no se puede pedir. A di Nero no le gustan los agasajos vip, su línea de trabajo no lo amerita, ademas estos llaman la atención, algo no necesario en esas latitudes. Una señorita muy amable lo estaba esperando, le alcanzó una toallita húmeda y una agua fría y lo condujo diligentemente a su auto.
Pasaban 5 minutos, luego 10 y el auto no salía. di Nero, algo inquieto, preguntó al chofer qué sucedía. -Estamos esperando la custodia -respondió en un inglés mezclado con tagalo. Sorprendido e inquieto, di Nero no dijo nada. A los pocos minutos apareció una moto de la policía, puso la sirena y luces a tope. Acto seguido, el oficial Poncharello se dispuso a abrir paso en el convulsionado tráfico de Manila; que como cualquier ciudad del tercer mundo es de temer.
A aquellos autos que no habrían paso a tiempo, Poncharello les pateaba la puerta con unas lindas botas de montar, charoladas y con espuelas. Lucía ademas una hermosa pistola calibre 45, cromada brillosa con unos empalmes de madreperla, como para que no quedaran dudas de que el que no le abriera paso, aparte de un abollón iba también a recibir plomo.
En el medio de un trafico infernal, lleno de autos, camiones de transporte varios, millones de motocicletas, vendedores ambulantes que se zambullían entre los autos para hacer una venta, Poncharello y el chofer se desplazaban a más de cien kilómetros por hora. Como broche de oro del viaje Poncharello, paró el tráfico en una rotonda, la tomaron de contramano y raudos llegaron al Hotel.
Típico lujo asiático con todo tipo de chucherías en el mini bar, muchos metros cuadrados de cuarto de más, y una mucama permanente en todos los pisos las veinticuatro horas. di Nero se preguntó si las mucamas también tendrían otra finalidad. En fin uno no puede saber todo.
A las reuniones, presentaciones, conversaciones comerciales. En el medio de esto di Nero recibe un email diciendo que su presencia era requerida en Buenos Aires. Caramba pensó, cómo salgo de acá, llego allá y, aparte, tengo el fin de semana de por medio. «Jefe no se preocupe, el fin de semana Mr. Big nos invitó a su isla privada y lo del viaje seguro encontramos algún combo que funcione», le dijo su esbirro.
Viaje arreglado, más sobre esto luego. Partieron los dos y Mr. Big hacia la isla privada en el avión de Mr. Big. Antes de salir el chofer de Mr. Big le pide a di Nero su pasaporte, -«Mr. di Nero, cuando usted arribe a Manila the Connection is very ajustada, yo me encargo«. Otra sorpresa para nuestro héroe, él nunca se separaba de su pasaporte, pero enfrente de Mr. Big y su gente no podía quedar como un ignorante indocumentado, así que con mucha aprensión entregó su único salvoconducto que le permitía salir de esa tercera dimensión.
Luego de un corto vuelo llegaron a la isla. Como toda isla tipo paraíso solo faltaba Ricardo Moltalban y el enanito recibiéndolos con el traje blanco. Todo impecable, maravilloso, almuerzo a la orilla del mar con unas langostas que habían estado nadando hace pocos minutos. Copiosas cantidades de champán francés para acompañar.
Pero esta isla tenía algo muy distinto. Casi todas esas islas vendidas como paraíso generalmente padecen de una enfermedad: la Biblia junto al calefón. Esos desarrollos son espectaculares, en menor o mayor medida, pero siempre cuando uno sale al costado está la villa 31 y sus muchachos. Algunos pacíficos solo quieren vender alguna baratija al distraído. Otros claramente con intenciones mucho menos honestas. Lo que al final hace que la aventura paraíso siempre sea un poco agridulce. Por un lado sol, paraíso, arenas blancas plétora de cocoteros; por el otro, basura, casas pobres, inseguridad, necesidad de salir con calzoncillos de lata. Di Nero siempre está más inclinado a playas con infraestructura, donde no sólo haya playa sino también algo de desarrollo urbano sofisticado. Las playas del Mediterráneo son su lugar favorito, pero también disfruta mucho de la Costa Atlántica, y no mucho menos Mar del Plata una linda copia del Biarritz francés a mucha honra y que ha sabido mantener su cache durante tantos años.
Pero que hacía diferente a esta isla? La misma solo tenía seis kilómetros de circunferencia, toda rodeada por la ya conocida arena blanca y aguas transparentes, y en la isla solo había unas veinte casas más o menos. Es decir un barrio cerrado a elevado a la n. Al mejor estilo Dr. No, había una especie de torre de vuelo con unos radares que cuidaba que ni siquiera botes de curiosos se acercaran a chusmear.
Demás está decir, que la casa de Mr. Big pegaba con el paisaje y las circunstancias. Una construcción moderna de ébanos locales y mucho ventanal hacia las maravillosas vistas marinas. Mucamos vestidos de blanco que se desplazaban descalzos sin ni siquiera hacer sombra. La temperatura era siempre perfecta, 27 grados ni uno más ni uno menos. Las ventanas nunca se cerraban y el sol brillaba solo en el cielo.
Después de un fin de semana idílico en compañía de Mr. Big y sus amigos tocó el momento de emprender la vuelta. El avión carreteó lentamente al sector reservado para la aviación privada. El auto de Mr.Big se acercó a la rampa. Apareció el chofer, e indicó a di Nero que se suba con él. Una vez en el auto, el chofer abrió el baúl, sacó una de esas luces amarillas que van en el techo, le puso una bandera a cuadros al auto y salió por dentro de la pista como uno de esos vehículos de servicio.
Di Nero quedó atónito; nunca en su vida había visto semejante bananazo! Circulando por la pista como perro por su casa. El chofer se acercó como el dueño hacia un Boeing 777 de Cathay Pacific que esperaba cargar sus doscientos pasajero con rumbo a Hong Kong. Paró y le indicó a di Nero que se bajara. Una señorita muy bonita vestida con el tradicional vestido filipino le abrió la puerta.
«Mr. di Nero, your pasaporte, boarding pass y sello de immigración. All Ok» y le entregó todos los documentos de viaje. Lo esperaba la escalera del gigantesco 777 de Cathay Pacific. ¡Así nomas, sin trámite alguno y por el medio de la pista!.
Di Nero, silbó bajito, agradeció a la señorita con un gesto de namaste y subió al avión. De ahí, cortito Manila-Hong Kong-Sidney-Buenos Aires, unos días en Baires y vuelta a Nueva York la vuelta al mundo completa con el moño. Empezaba otra semana de venta de enciclopedias.