Les presento a mi invitado Theo Fernández,
17 años,
y su cuento «Al óleo».
Sebastian Mazzola se llamaba. Le decían “el flaco”.
Era fanático de Lanus, le gustaba el rock nacional y fumaba, aunque afirmaba que podía dejarlo cuando quisiera. Trabajaba en una prestigiosa pizzería a la piedra cerca del cementerio de la Recoleta, disfrutaba de tumbarse en el pasto de Plaza Francia en sus ratos libres y sobre todo de ir, todos los jueves, al Museo Nacional de Bellas Artes que se encontraba a solo unas cuadras de allí.
Él admiraba el arte de la pintura. Le gustaba todo de ello. Pensaba que a uno le resultan interesantes esas cosas que jamás podría hacer, e indudablemente él no era un prodigioso en la materia. Entonces todos los jueves paseaba maravillado entre los cuadros del Museo.
Una tarde su caminata habitual se vio interrumpida por una pieza. Sebastian quedó estupefacto al ver un cuadro que pensó habrían colocado estos últimos días, ya que la anterior semana no lo había visto. El cuadro se llamaba “Una mañana por Gariboto” y fue dibujado por un artista Uruguayo del que poco había escuchado hablar.
El cuadro le resulto asombroso. Las casas de colores que emergían desde la pequeña acera junto a la calle empedrada, la mujer del vestido de verano y el viejo fumador de saco gris que la transitaba a una considerable distancia; el cielo turquesa donde el sol rogaba por hacerse ver entre las nubes blancas y sobre todo la belleza del oleo impregnado sobre el papel y las delicadas líneas negras que separaban a los distintos cuerpos.
Nunca en su vida había visto cuadro tan perfecto, y no quería dejar de verlo. Esas visitas de los jueves se transformaron en las visitas de los martes y jueves, luego de los martes, miércoles y jueves, y mas tarde las de todos los días, donde el joven iba a observar únicamente a la obra de arte que lo enamoró.
Investigó sobre el autor, quien nació y murió en Colonia, Uruguay y era conocido por ilustrar paisajes urbanos. Profundizo su búsqueda en el cuadro y descubrió que la calle Gariboto existía. Era considerablemente pequeña ya que su extensión era menor a 200 metros y luego se bifurcaba, pero el flaco la tomó como razón suficiente para elegir su próximo destino de vacaciones.
Dos largos meses pasaron hasta que por fin llegaron sus ansiadas vacaciones. El barco cruzó el Río de la Plata en 4 horas y Sebastian desembarcó en Colonia. Con valija en mano almorzó en la costanera y luego fue hacia al hotel. Dejó sus cosas y se propuso a conocer la ciudad, y pasar a visitar a un primo que vivía por allí. Salió del hotel con mapa en mano, una bermuda y una chomba a rayas y emprendió su camino.
Era un barrio lindo por donde se encontraba, recorrió un poco el lugar y fue hacia un bar donde lo esperaba su primo. Tomaron unas cervezas y se pusieron al día, hablaron sobre sus amores, la temporada del granate y sus futuros proyectos. Cuando le preguntó por la razón del viaje dijo que le seducía la idea de conocer otro país, ni una palabra sobre el cuadro, tenía miedo de quedar como un loco enfrente de un familiar. El reloj marcó las 5 y se despidieron con un abrazo, quedaron en verse a la noche e ir a cenar por el centro.
Ni bien salió del bar se dirigió hacia Gariboto. Tardó unos minutos en encontrarla, ya que el mapa no lo ayudaba mucho, pero finalmente llegó. Sonrió al ver que era exactamente igual a la pintura, con sus casas de colores y su calle empedrada. Se sentía como un niño rompiendo una piñata.
Con la misma sonrisa comenzó a caminar por la calle, observaba los detalles de las casas, las formas de las piedras, las ventanas, las puertas, el cielo, observaba todo, y sentía que ya lo conocía. Sentía que vivió en esa calle desde niño, ya la había visto tantas veces que la recordaba tanto como a su casa, a su barrio, a su cuerpo.
Sebastián caminó y caminó. Mirando detenidamente cada detalle de las casas, la vereda y el empedrado. No lo podía creer, estaba enamorado, enamorado de cada centímetro de Gariboto. Los minutos pasaban y pasaban y él seguía maravillado. Hasta que comenzó a sentir que había caminado mucho más de los 200 metros en los que supuestamente se extendía la calle. Siguió caminando y la hilera de casas coloridas parecía no terminar.
Aceleró el paso y nada cambiaba, en el horizonte sólo se avistaban más casas y temió por estar en otro de esos sueños que había tenido desde que vio el cuadro por primera vez. Pensó que para ese punto ya tendría que haber despertado y siguió, pensando en lo estúpido de su miedo, sabiendo que no había manera de que esto no tenga fin.
Su cabeza le jugaba en contra. El siempre fue muy supersticioso, las explicaciones razonables nunca le gustaron. Pero tampoco era demente, esto estaba pasando y el ya no quería ser parte de ello. Se logró tranquilizar un poco hasta que giró la cabeza y vio a su izquierda un viejo con un saco gris fumando un cigarrillo.
Comenzó a correr desesperado, buscando una salida, esperando encontrar aquella bifurcación que lo saque de ese paraíso que se estaba convirtiendo en infierno. Era tal la desesperación con la que corría que no logró ver a la mujer de vestido de verano que estaba a solo unos pasos de él. Con lágrimas en los ojos siguió corriendo hasta que sus piernas se rindieron y cayó.
Con sus últimas fuerzas intentó pararse pero no podía, no sabía si porque se encontraba cansado o porque simplemente no podía moverse, y vio desde más allá de las casas coloridas dos enormes ojos que lo admiraban, a él y a la belleza del óleo impregnado sobre el papel.
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5 Comments
Rosa
me encantó el cuento!! Felicitaciones a su autor!
Osobicha
Que bueno Rosa.
rolando
muy buen principio de tu carrera de escritor theito.
tu papa fue un escritor extraordinario y ha dejado su semilla.
felicitaciones
roli
Maria de los Angeles Paz
El relato me pareció muy muy bueno, increible que haya sido escrito por un joven de 17 años.
Felicitaciones Theo Fernandez, seguí por ese camino.
Margarita
wow! Escalofriante… Me encantó!
Felicitaciones, Theo!